viernes, 24 de abril de 2009

¿Es o no es?

Si ganamos, “Es robo de boletas”
Si perdemos, “Es la soberbia”
Si crecemos a tasas chinas, “Es viento de cola”
Si las Madres son del palo “Es cooptación”
Si se enjuicia a los asesinos y torturadores de la dictadura, “Es revanchismo”
Si los lugares de veraneo reventaban en Semana Santa, “Es el clima que acompaña”
Si no paran de construir edificios, “Es por falta de alternativas de inversión”
Si se paran, “Es por falta de un plan anticíclico”
Si se estatizan las AFJP, “Es la caja”
Si se sinceran las candidaturas que nunca nadie completa, “Es trampa”
Si Artear tiene interferencias en el satélite, “Es Neshtor con la budinera”
Si no se produce el tan anunciado “Colapso Energético”, “Es el clima benigno”
Si el mentado “Aislamiento Internacional” se traduce en 4 cumbres en un mes, “Es Obama que no le da la mano”
Si se jubila a un millón ochocientos mil viejitos, “Es clientelismo”
Si Neshtor no se abrocha el saco, “Es impresentable”
Si Cris se viste a la moda, “Es la Vuitton”
Si coparticipamos las retenciones “Es fungible” (aka “Es la caja”)
Si no se mandan proyectos de ley al Congreso, “Es la diKtadura”
Si se mandan, “Es la escribanía”
Si se hace obra pública, “Es coima”
Si no se hace, “Es robo”
Si no pagamos la deuda, “Es la vergüenza internacional”
Si la pagamos, “Es descapitalizarse”
Si se reconocen los logros del gobierno “Es un ciber-ñoqui”
Si el gobierno critica a la oposición mediática “Es censura”
Si mi hijo acaba de comenzar a trabajar (hoy, y en blanco), “Es de culo”
Pero si se debate en todo el país el proyecto de la Ley de Medios… “No es momento”

¿Saben qué? ¡Váyanse a la concha de su madre!

Recibido de un amigo.

jueves, 23 de abril de 2009

Los errores del populismo penal

Publicado en Clarín de hoy:



Hoy se exige mayor violencia del Estado en nombre de lo que se considera la voluntad mayoritaria y democrática. Pero tomar en serio lo que quiere "la gente" no debería llevar a dar autoridad a los reclamos de sus repentinos voceros o profetas.

Por: Roberto Gargarella
Fuente: PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL (UBA, DI TELLA)

El populismo penal es un virus especialmente nocivo que recorre la Argentina de un extremo al otro, recurrentemente, cada vez que algún hecho criminal logra capturar la indignación colectiva. El populismo penal tiene una receta y una respuesta habituales frente al crimen -mayor violencia estatal- pero con una novedad llamativa: reclama dicha violencia en nombre de la voluntad mayoritaria. Se trata, por tanto, de un movimiento que promueve un Estado más duro, en nombre de la democracia: "la gente lo pide" -se nos dice-, o también: "hay un clamor popular que exige terminar con esto."

Ocultos detrás de lo que se presenta como el sentir democrático de la sociedad, los defensores del endurecimiento penal consiguen así un doble objetivo. Por un lado, ellos se resguardan frente a las críticas dirigidas contra sus propuestas (como si ellos no fueran quienes exigen mayor violencia estatal, sino sólo los voceros de un reclamo colectivo). Por otro lado, dotan a sus polémicas exigencias de un halo de irreprochabilidad, frente a las voces de sus opositores: nadie se siente cómodo hablando en contra de (lo que se presenta como) las demandas democráticas de la comunidad.

Los argumentos que uno podría dar contra las propuestas del populismo penal son numerosos (su reduccionismo, su simplismo, la probada inutilidad e ineficiencia de sus políticas, su moralidad dudosa, su pobre entendimiento de la naturaleza humana, su falta de humanismo), pero no es necesario, a esta altura, poner el foco sobre el contenido de dicho programa. Interesa por el momento algo previo, como lo es cuestionar las pretensiones democráticas del populismo penal -la idea según la cual existe una conexión íntima entre el populismo penal y el "sentir de la gente."

Conviene hacer referencia al menos a tres cuestiones. En primer lugar, quienes reivindicamos la idea de un derecho penal más democrático no tenemos que aceptar la idea según la cual quienes están mejor situados para decir qué respuesta corresponde dar, frente a un crimen, son las víctimas o sus allegados. Conviene enfatizar este punto dada la frecuencia con que, después de un crimen, las cámaras de televisión ponen sus focos sobre el dolor de quienes han sido agredidos, mostrándolas como las voces más auténticas -y así, más auténticamente representativas- de la comunidad. Para no dar lugar a confusiones: es muy importante cuidar, proteger, amparar a las víctimas, darles contención, trabajar para reparar las (a veces irreparables) pérdidas que han sufrido. Sin embargo, ese máximo respeto no requiere ni implica convertir a aquellas en lo que no son, es decir en autoridades en materia penal. Más bien lo contrario: es difícil que pueda surgir una norma justa desde la (entendible) indignación que genera el crimen sobre quienes lo sufren desde más cerca. 

En segundo lugar, a quienes dicen que hay que adoptar penas extremas (como la pena de muerte o la reclusión por tiempo indeterminado) argumentando que eso es lo que reclama -democráticamente- la sociedad, corresponde preguntarles qué es lo que entienden por democracia. Por supuesto, una manifestación en contra (o a favor) de la inseguridad puede ser una legítima expresión popular, pero no es lo mismo conocer las legítimas demandas de un grupo de personas en la calle, que reconocer la voluntad del pueblo o de la mayoría del pueblo.

Asimismo, tampoco merece llamarse "voluntad democrática del pueblo" al mero resultado de alguna encuesta (una encuesta puede tener sentido para un empresario interesado en vender más jabones o autos, pero no para definir criterios sobre lo que es justo). La decisión democrática es algo diferente a todo ello -algo que se vincula finalmente con el sufragio, y que exige información plural, discusión e intercambio de ideas entre quienes piensan distinto sobre el tema en disputa.

Finalmente, y lo que es más importante. En países como el nuestro, tan marcados por la pobreza, la desigualdad y la permanente injusticia social, existen millones de voces que se encuentran marginadas de la comunidad y que son, no casualmente, las que más directamente sufren la violencia estatal. Por ello, resulta simplista e irrespetuoso sugerir que el sufriente testimonio de un puñado de personas, en la radio o frente a las cámaras de televisión, sintetiza los reclamos de las millones de voces silenciadas que existen en el país. 

Uno de los principales dramas de la Argentina contemporánea tiene que ver, justamente, con la negación de la palabra a secciones enteras de la comunidad. Tomar en serio lo que quiere "la gente," en materia penal por ejemplo, debiera llevarnos a recuperar -con urgencia- las voces no escuchadas y silenciadas, antes que a dar autoridad a los reclamos de sus repentinos voceros o profetas.

sábado, 11 de abril de 2009

La memoria de Alfonsín que La Nación quiere

Esta ocurrió en el 2000, la convertibilidad, parecía, había llegado para quedarse, para muchos los 80 eran una pesadilla que, felizmente, había pasado. En un curso de "management" dictado por la filial local de un instituto de la madre patria, el instructor reflexionaba en plena clase lo casi vergonzoso que significaba haber tenido un presidente como Raúl Alfonsín.  Esto no lo decía durante el "break" (estos cursos no tienen recreo) en un tono un poco más "entre amigos", no hacía falta tanta delicadeza. En el mundillo que creía que estaba feliz con la convertibilidad Alfonsín era poco menos que mala palabra.
Lo que sigue, ya lo sabemos, la ilusión de la convertibilidad estalló, sus efectos sociales los vemos a diario. Hace seis años que tenemos al gobierno a una dictadura socialista-chavista-populista. Ahora la memoria de Alfonsín es el remedio contra este infierno. Esa es la memoria de Alfonsín que La Nación quiere y no la que hizo canal 7